PERDER PARA GANAR LA NOCHE

 

En sí, el desafío no presentaba gran dificultad: cada participante debía deshacerse de una de sus prendas en tanto respondiera equívocamente. El primero en cometer un desacierto fue Gianluca: sus conocimientos de Literatura Hispanoamericana eran vagos y confusos. Se quitó la camisa a cuadros, exponiendo la tonificación de sus carnes. Nada mal para romper el hielo. Continuó Rosario, quien confundió el nombre de un filósofo con el de un psicoanalista y, por tal, se desabotonó la campera de lana que llevaba puesta. Los cuatro nos sorprendimos al observar que debajo de aquella no había más ropa: los pechos lucían imperantes bajo el desierto de su piel. Algo en mí se iba despertando poco a poco. Amparo, Noah y yo mantuvimos la buena suerte hasta la tercera ronda, cuando por errores inauditos tuvimos que rendir culto a la desnudez.

Pasado un cuarto de hora, ya todos estábamos como Dios nos trajo al mundo. Y no quisimos dar marcha atrás. Rocé con mis dedos el vientre de Rosario, minutos antes de que Amparo me interceptara con un beso. Gianluca, entretanto, acariciaba la entrepierna de Noah y buscaba con su lengua la lengua de Rosario… No pasó mucho tiempo para que mudáramos los cuerpos a la habitación lindera. ¡Vaya destape del placer! El colchón fue absorbiendo el sudor que emanaba de las hembras ubicadas en el centro de la cama. Los machos, en la periferia, estimulábamos nuestras partes persiguiendo la máxima erección. Nada importó esa madrugada: ni las orientaciones sexuales ni los roles socialmente establecidos. Los instintos más bajos se dieron a conocer.

Noah y Amparo dejaron que penetráramos en sus cuerpos, abriendo la mente y desterrando sus prejuicios. Rosario, por su parte, iba dejándonos mordiscos marcando un camino desde el cuello hasta el bajo vientre. A todo esto, Gianluca jugaba ardiente con mis labios y yo no podía evitar hacerlo con los suyos. ¡Cuántos deseos latentes! Pero lo que más nos fascinó a los cinco fue la recta final: una masa heterogénea de pieles que se deslizaban entre las sábanas con sus cientos de dedos y sus bocas infinitas, hasta que alcanzaron el clímax. Y con él vinieron los orgasmos. Y con él, los suspiros. Y con él, la relajación muscular. Nadie nunca me había contado que la noche es mejor cuando se la mira desde adentro.