(Prólogo de La búsqueda del beso de Diego Tedeschi Loisa)
Haré justicia por beso propio.
Para muches de nosotres, el
beso fue nuestro primer útero. Allí se fue gestando verdaderamente nuestra llegada
a este plano. La proyección de vida del ser humano —con todo lo que eso implica—
cupo por primera vez en el hueco reducido que dejan unos labios entregados a
otros labios. Ese momento en que dos mundos disímiles desobedecen toda lógica
matemática para volverse uno. Y el resto, ya sabemos, es historia.
¡Cómo no rendirle homenaje a esta
fundante y necesaria muestra de amor!
Esto es lo que hace Diego TL
en este libro, donde el protagonista traza una línea de tiempo y va dejando un
beso en cada hito que decide compartirnos. Lionel nos trae recuerdos y sentires;
personas, geografías y tiempos; pandemia y dictadura (Tantas madres que persistieron en la
búsqueda del beso que les arrebataron), páginas frías de nuestro país —por
las cuales aún hoy nos tirita la memoria— y besos cálidos que aterrizan sobre
el renglón para compensarlas (Esta
pandemia (…) me despertó conciencia de vida).
Quien se sumerja en esta
intimidad narrativa tiene un arsenal de besos a disposición. Pero cabe una
advertencia: no cualquiera está preparade para recibirlos. Quien sepa ser cronopio en esta fantasía infectada de famas sabrá surfear sobre esta boca
descifrando y saboreando cada uno de sus secretos. Labios a los que no les resultó
fácil la vida (En lo prohibido, hice mi
camino), que se hicieron dependientes de otras bocas (Sin el beso, no sé cómo respirar), labios que desde su adolescencia
han sabido arder (A los 15, todo arde. Me
ardía mi amigo Fabio, me ardía mi amigo Esteban), que han sucumbido a la
tentación (Cómo mirarte a los ojos cuando
la sonrisa me lleva a tus labios), que han transitado sus malos tragos (He desperdiciado cientos y cientos de besos
con vos), hasta convertirse en expertos, en Licenciados en Artes del Buen
Besar (Sos de los que besan, ¿no?),
capaces de adaptarse a cada galaxia que habita en las pupilas de quien osa
posarse enfrente (Beso la mirada de tus
ojos caníbales).
Lionel trasciende los límites
del besador tradicional y ocupa su trono de besótico tras el lengüetazo de su
lingüística. Nos invita a su banquete discursivo, a la mesa de sus palabras.
Memorias contadas desde la amorosidad (Besame
hasta entender que vivo. Besame hasta que sangre de besar) y con
perspectiva poética (Como si el universo estuviera
gestando, como si el mar me abrazara infinito, como si las estrellas me besaran
intensamente). Porque las metáforas se agolpan en el umbral de la urgencia
(Debajo de cada piel, vive la luna)
cuando afuera nos escupe la cara una hostilidad sociopolítica.
Este tectónico decir va
entretejiéndose con triángulos rosa, con referencias literarias y
audiovisuales, con inspiraciones musicales (porque hay cosas que en determinados instantes nos quedan grabadas con la
música. Como esos tatuajes que nunca se van a ir). Es una voz sin pelos en
la lengua que recomienda vivir las aventuras en vida sin acartonar las emociones
(ya que la muerte se regodea con la
frustración que nos carcomerá para siempre porque no dijimos la palabra
perfecta, el “te quiero”, el “te amo”). Y que relata incluso
paradójicamente escenas tan extraordinarias como cotidianas (Es simplemente simple como la simpleza de
besar al viento). Palabras que van y vienen hasta caer en el embudo de una
conclusión: que besarnos es urgente, que todo puede esperar salvo el beso, que siempre
es necesario dar lugar a dos pares de labios que colisionen con la misma
soberbia con la que un refucilo se presenta protagonista ante la noche. Porque,
al fin y al cabo, eso es el beso, eso es
la felicidad, un rayo en el medio de la tormenta.