ESCUELA
Es texto. Es discurso. Es
textos y es discursos.
Es territorio de disputas.
Es trayecto e itinerario.
Es trayectos e itinerarios.
Quiero verla y pensarla
desde las posibilidades. Lo que no puede está dicho con desmesura y desde voces
altisonantes.
Lo que no puede está
estudiado y diagnosticado. ¿Será que nos quedamos con ese texto sobre lo ya
dicho o pensamos a la escuela guiada por un horizonte de transformación
amorosa?
Una institución que es
lenguaje y textualidad.
Una presencia material y
subjetiva en la vida de las personas que transitamos por ellas.
Puede pensarse a la
escuela como afín a lo que Rita Segato conceptualiza como el proyecto histórico
centrado en las cosas, aquel que prioriza la acumulación y el productivismo, el
enriquecimiento y el lucro. Ese que, junto con ser funcional al capital,
promueve la “vida cosa”, promueve la crueldad, la incapacidad de ponerse en el
lugar de las demás personas.
O podríamos pensarla como
afín al proyecto histórico de los vínculos, aquel que insta a la reciprocidad y
produce comunidad, que tiene su centro en la sociabilidad y lo relacional. En
este proyecto, la humanidad (¿las humanidades?) puede ser ensanchada y
expandida (¿ensanchadas y expandidas?).
La escuela como espacio y
territorio donde armar lazos afectivos.
Como un lugar donde
interpelar la intemperie des-subjetivante.
La escuela como espacio
donde la apuesta es: cuidarnos.
La escuela como acontecer
de escenas. ¿Cómo entramos en contacto con ese acontecer?
¿Cómo hacer de la escuela
un lugar donde poner a prueba nuestras sensibilidades y donde negarnos a
aceptar lo que se da por sentado?
La escuela como una figura
alojante capaz de albergar distintos modos singulares de existencia.
La escuela como un lugar
donde construir conocimientos que propicien un mundo vincular y comunitario
para poner límites a la cosificación de las vidas.
¿Puede la escuela ser
narrada como algo que nos da posibilidades de vidas dignas de ser vividas?
Si los conocimientos se
viven en los cuerpos, ¿puede la escuela postularse también como un “archivo de
sentimientos”?
¿Cómo se mueve o se está
moviendo la escuela en mis emociones cuando las evoco?
¿A qué emociones se me
quedó pegada o adherida?
¿La escuela se duele?, ¿se
sufre?, ¿se extraña?, ¿se añora?, ¿se lamenta?
¿Se desea?, ¿se pierde?,
¿se borra?, ¿se examina?, ¿me importa?
¿La escuela me
avergüenza?, ¿me atemoriza?
¿La escuela se odia y me
odia?, ¿se disfruta?, ¿se crea y se recrea?
¿Me amenaza?, ¿me
discute?, ¿la escuela se discute?
¿La escuela me cuida?, ¿la
escuela se cuida?, ¿la escuela me alivia y se alivia?
¿La escuela me escucha?,
¿la escuela se escucha?
¿La escuela erotiza?,
¿seduce?
—nos mueve el deseo de una escuela que
nos movilice hacia horizontes de justicia—
(Del libro Conversar la escuela, de Belén Grosso)