No tenga miedo, señora cucaracha. Usted
nunca será más negra que yo. Puede incluso vivir más años que esta inútil
muchacha desgraciada, pero me toca decirle que el mundo aplastante se nos
acaba. Esa es la realidad. ¿No se ha enterado de las noticias, señora
cucaracha? El éxito es de color blanco y nosotros solo somos mugre debajo de
las uñas.
Mis padres quedaron sin grito. “No te
avergüences de vos” me dijeron antes de ser arrastrados hacia el campo. Sin
embargo, la vergüenza hoy acampa en la puerta de mi autoestima. Vergüenza de la
raza, envidia por no ser como ellos: los mandamases.
Salga de ahí, señora cucaracha, y contemple
los ojos bobalicones de este rostro con más agujeros que un queso gruyere. Soy
la inmundicia de toda una nación y cargo en mi cuello un roquedal de
sentencias. Melanofobia injustificada. Uso hojalata para remendar el corazón,
evitando que quepan en mi dolor todos los pájaros del cielo. ¿Pero hasta cuándo
podré seguir con ello?, si son verdaderamente inasibles las pelusas de mi vida.
Acérquese, señora cucaracha, y deléiteme con
su presencia antes de que lleguen los albinos cazadores y sea yo una rehén de
sus caprichos. No hay vuelta que darle. Es ese el ritmo de la existencia: un
sinfín de capas escarlatas a la espera del temible lobo feroz. Allí vienen.
¿Oye cómo suenan sus pasos racistas? No tenga miedo, señora cucaracha. Usted no
es más insecto que yo. Se lo puedo asegurar. Quédese tranquila.
Yo soy la cucaracha.