Siempre con la angustia a flor de piel, jamás con
una sonrisa fluorescente. Niño Gris transita las calles con la mirada gacha,
como pidiendo disculpas a cada uno de los transeúntes. Le pesa el mundo sobre
los hombros y arrastra un pasado, como si cargara toneladas de piedras
comprimidas en una bolsa. A su paso, todos ríen.
El contraste de su piel lúgubre con
los vivaces colores de los demás genera burlas interminables. Hay quienes lo
miran con repugnancia y otros que sienten lástima por él. Pero ninguno en
República Colorinche se acerca a interrogar sobre su origen.
Niño Gris no ha sido gris toda su
vida. Hasta los cinco años, las luciérnagas bailoteaban sobre su cuerpo, el
mundo era un lugar digno de ser habitable y la esperanza lo tomaba de la mano.
Pero quiso el destino que un hecho desafortunado irrumpiera en su conciencia de
indefensión y lo dejara inmerso en un callejón sin salida. A partir de
entonces, su tonalidad fue escaseando hasta adquirir una coloración grisácea,
motivo por el cual alcanzó la máxima marginalidad registrada en República
Colorinche. Sin embargo, el aire presagiaba una inminente reconversión...
Niño Gris, ensimismado en sus
laberintos incoloros, colisiona sin querer con Niño Rojo, quien camina con
pasión repasando mentalmente sus vitales decisiones, tan enraizadas como un
árbol inquebrantable a la tierra. Un segundo basta para la fusión de miradas,
para la caricia necesaria entre dos subjetividades. Y el resto de la historia
la protagoniza el tiempo.
Con el correr de las semanas, ambos
niños van entramando sus pieles, desterrando las miserias y despidiendo con
pañuelos blancos las espinas que destiñen intempestivamente a las rosas. Niño
Rojo se despoja de toda idea preconcebida y besa el deplorable cromatismo de su
compañero pese a los señalamientos recriminatorios de los habitantes de República
Colorinche.
¡Y el milagro tiene su lugar en el
mundo! Poco a poco los pigmentos van resurgiendo. Niño Gris comienza el proceso
de metamorfosis hasta llegar al resultado de su color original: un VERDE tan
esperanzado y jovial que deja boquiabiertos a todos los espectadores y que se
convierte en motivo de orgullo y felicidad de su ahora inseparable amor
complementario.