Vos que
atrapabas estrellas para iluminar la niñez, para combatir temeroso la
descomunal e insultante oscuridad. Vos, hermano mío, que te negabas a jugar
conmigo, mientras solitario y en secreto maquillabas a tus muñecas. Vos,
Fabián, víctima de los prejuicios, marcado por los golpes de la discriminación
en tu etapa escolar, azotado con persistencia por los látigos de aquellos sin
cabeza, de aquellos que nunca llegaron a comprender. Vos que siempre callabas,
que carecías de palabras-espadas para luchar contra el enemigo y que dejabas
que el camión de las burlas atropellara con deleite tu inocencia. Vos que
caminabas en puntas de pie imitando a las reconocidas y elegantes modelos de la
televisión, y que, cuando paseábamos en familia, detenías tus pasos frente a
las tiendas parisinas de alta costura soñando ser el maniquí que, del otro
lado, lucía los llamativos vestidos. Vos que enrojecías tu boca frente al
espejo con el labial de mamá que obtenías sin permiso. Vos que una tarde me
pediste, entre lamentos y afligido, que no hablara a nuestros padres de tus
decisiones, creyéndote un error de la naturaleza. Vos que reservabas en el
guardarropa un lugar oculto para tus pelucas y tus polleras. Vos que vivías en
un mundo subterráneo con tal de que el cielo no te menospreciara, con tal de
que las nubes no te humillaran. Vos que no entendías que abrir las alas era la
mejor respuesta y que dialogar era la forma más adecuada para aliviar tu
mochila. Vos que ensuciabas tu rostro con el rímel desparramado, que dejabas
vacío al mar apropiándote de sus lágrimas. Vos que por fin entendiste que
levantarse era indispensable y que con firmeza llamaste a la puerta de la
habitación de papá y mamá. Vos que pisaste con tacos el pasado decidiendo no
mirar hacia atrás, que borraste con crema limpiadora las marcas que te hicieron
sufrir y que afirmaste con lifting el resto de tu vida. Vos, Roxanne, que
moldeaste tu figura en el envase de una hermosa mujer y que te animaste a
conocer el exterior, con su sinfín de oportunidades. Vos, hermana mía, que te
perfeccionaste con esfuerzo para llegar a ser la cara de las principales
revistas y publicidades de París. Vos que atrapabas estrellas ya no hace falta
que lo hagas, porque hoy brillás victoriosa sobre la pasarela más importante
del mundo, con la frente en alto, con la piel tersa y con tu llamativo vestido,
sin necesitar de ellas.