Un jardín donde florecer(se) implica descubrirse

(Prólogo a Semillas matanceras, antología del Taller de Introducción al Lenguaje Literario, editado por la Secretaría de Cultura y Educación de La Matanza, 2022)

 

“Cualquier destino, por largo y complicado que sea
consta en realidad de un solo momento:
el momento en que el hombre sabe
para siempre quién es”.

—Jorge Luis Borges

 

     Lo paradójico de este prólogo es que me hacen toca hablar de semillas (de lo que mis estudiantes piensan que son), cuando en realidad hace meses que ya vienen floreciendo (aunque ni ellos lo vean sepan). Es que esa es la magia del Taller de Introducción al Lenguaje Literario: no solo se aprenden contenidos teórico-literarios o se ponen a prueba una variedad de consignas de escritura creativa. Además, contra todo pronóstico, uno alcanza el llega al autoconocimiento: se topa cara a cara con su mejor versión. Y esa supremacía interior se evidencia en cada uno de los textos.
   A lo largo de los encuentros, los estudiantes fueron entregándose a las particularidades de la lengua y la literatura, como quien se entrega a lo inevitable impredecible del destino. Y, sin darse cuenta, fueron se encontraron destrabando puertas internas hasta alcanzar la supremacía de la palabra, que se evidencia en cada uno de los textos. Pero no fue tarea sencilla. Para alcanzarlo abrazar sus verdaderas auténticas identidades, tuvieron que renunciar a sus miedos, a sus zonas de confort, a todo lo que creían conocer. Porque soy de los que sostienen que un verdadero taller literario es aquel que desafía, que hace jaque mate a lo establecido, que empodera las voces…, y en eso me enfoqué. Cada uno de los estudiantes participantes fue mirándose hacia adentro, más y más. Cada viernes que cursamos cursaron se convirtió en un jardín donde florecer(se) implicaba descubrirse. Y sortearon el máximo desafío: estrecharse la mano con su verdadero yo. ¡Gran Plausible reconocimiento!
     Por eso Como consecuencia, a partir de ahora, ya no hablo de alumnos o alumnas, prefiero decido llamarlos colegas. Porque cruzaron el puente: dejaron de hablar pisar lo coloquial de sus lenguas para subir a la tarima del extrañamiento literario. Sí, conocieron e incorporaron las metáforas (y un puñado de recursos retóricos más).
     Por eso me cuesta hablar de semillas. Porque semillas fueron ese inocente primer día de clases cuando se miraron las caras, sin saber muy bien qué estaban haciendo ahí. Ese día en que besaron la tierra de lo desconocido y SE PLANTARON (en todos los sentidos de la palabra) y ahora, tiempo después, sin saber que, clases posteriores, ya van irían asomando los primeros brotes: su imbatible esencia.