A nosotres nos maniataron el
lenguaje.
Les sabotearon la piel a nuestros
sustantivos y adjetivos
y encerraron este flamante decir en
la cueva madre de todos los silencios.
Nos dejaron excluides y desarmades
imponiendo como “palabra santa” su
real, académico y hegemónico diccionario.
Ornamentaron su repudio con
cara de lunes por la mañana
y se jactaron, sarcasmo mediante, de que
sus vocales valían más que la nuestra.
A nosotres nos censuraron el
lenguaje.
Pero olvidaron un dato:
que nuestra revolución
avanza con la velocidad de los galgos
tan rápido que ningún binarismo
la puede alcanzar.